Nada cambia-Todo Cambia








Fotos por: Nia Tres Tildes

A la gente del siglo XXI le da vergüenza la espiritualidad. Puede ser por las tantas veces que se ha relacionado con algún dogma perverso en alguna religión sectaria, o por la poca probabilidad de que las cosas en las que se cree sean comprobables bajo el método científico. Admitir que las razones por las que se actúa provienen de un interés primordial por alcanzar un bienestar espiritual es como admitir que se es raro. Es un bienestar que no es comprobable, que no da plata, que no se puede medir.

Hoy he descubierto que estoy lejos de lo que quisiera ser. Hoy, sentada frente a mi escritorio, inventando formas de vender y vender y vender bienes materiales, imaginándome lo que sería mi vida en la pirámide de predadores empresariales, arrullándome bajo las extensas excusas que uno crea para construir castillos prometedores, descubrí que estoy más llena de inseguridades y malestares que de certezas y buena onda.

Cuando estuve tanto tiempo viajando fuera de mi hogar, conocí la absoluta abolición de la vanidad. Me encontraba con esas inmensidades, con esas humanidades que vivían en pueblos pequeños, sin espejos, sin mayor jerarquía que la edad, viviendo el tiempo monstruoso que se siente allí: eterno, infinito y siempre presente. La vida se vive con la conciencia de que ese tiempo existe y es inevitable, es una vida modesta, sin Young Lions o Premios Oscars, sin influenciadores ni twitstars, una vida que no esta disfrazada de vida como la nuestra. Una vida, pura y dura.

Entonces aveces me hallo a mi misma desesperada por no poder plasmar la idea del millón, por tener casi 30 años y creer que se me esta haciendo tarde para todo, como si un transbordador espacial me estuviera abandonando sin posibilidades de retomar la vida que se me fue antes de los 25. Me descubro absolutamente fastidiada, contrariada, compleja, como si nadie pudiera ayudarme a resolver ese desprecio cósmico que siento cuando temo no alcanzar lo que deseo, sino que lo que deseo es igual de idiota y la vida se me va en purgas digitales, maratones de Netflix, conversaciones inocuas, infertiles. La no vida.

Hoy, que retornan a mi todas esas inseguridades, trato de aferrarme al recuerdo de esa inmensidad de las montañas de Candarave en el Perú y a mis diarios de viaje. Leerlas me trae consuelo y me recuerdan las cosas tan bonitas que aprendí a valorar estando lejos (bien lejos), me recuerdan que debo forjar mi espíritu, quererlo y aceptarlo y aprender a rechazar la vanidad por que los empleos se van, los aduladores se aburren, todo se muere.

Les dejo un aparte de mi diario de viaje, de algún momento de Junio del 2013.

"Para cada cosa en la vida hay un tiempo determinado. Hay que entender que la vida no es una carrera contra los demás o una competencia para ver quien es mejor. Yo debo ser la única que decide si hago bien o no. No me debe derrotar la comparación entre mi vida y la de otros. No todo es éxito profesional. Los títulos son títulos, el dinero y la fama se van. El éxito que no se comparte es un plato a medio preparar" 

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